LA ISLA DE LOS HOMBRES SOLOS 

análisis de la obra de josé león sánchez

 

Por María Alejandra Sigcha Orrico 

Comienzo con el estudio de la obra  analizada desde el contexto de la vida del autor,  que narra la historia de sí mismo a través del personaje principal Jacinto, con el objeto de estudiar dos puntos que interesan al Derecho Penal, tal como es,  el establecimiento de penas infamantes,  la rehabilitación y  consecuentemente la reinserción a la sociedad de las personas que han contravenido las normas penales establecidas en un estado.

1.       EL CONTEXTO DE  LA VIDA DEL AUTOR

La obra literaria analizada,  escrita por  José León Sánchez, no es únicamente una novela que goza de realismo, sino es un relato de la experiencia vivida por el autor. Su madre, Ester Sánchez Alvarado, ejercía el oficio de prostituta, si bien nunca llegó a conocerla con certeza por cuanto lo vendió a un vendedor de sal a temprana edad, creció en un hospital y un hospicio, fue declarado “incapaz de aprender” y analfabeto; todo esto, parte de sus problemas que tuvo en la niñez.

Hacia el año de 1950 en Costa Rica se comete uno de los crímenes más sensacionalistas dentro de la sociedad conservadora, tal como, el robo a la Basílica de Los Ángeles, Patrona Nacional y símbolo de la religión católica, en dicho acto  se sustrae las joyas de la Virgen de Los Ángeles, valoradas en varios millones de dólares donde muere su custodio; José León Sánchez, con veinte años de edad, fue acusado por su suegro quien alego que el mismo José León le entregó un motín de joyas. Es torturado por las autoridades para que brinde una declaración acorde con la acusación, se auto incrimina; es condenado a cadena perpetua en el presidio de La Isla de San Lucas, en donde pasa sus primeros años como preso en un calabozo bajo las peores condiciones. Su internamiento dura 30 años, en uno de sus intentos de fuga, el gobierno ofrece diez mil colones de recompensa al “Monstruo de la Basílica de Los Ángeles”, así era como se conocía a José León Sánchez. Se  lo califica como un delincuente psicópata macabro de alta peligrosidad.

Una  vez que se cierra la cárcel de San Lucas, por ser considerado un lugar  indigno, se abre la primera Colonia Agrícola Penal de América Latina, a donde  fue trasladado; en dicho lugar aprende a escribir y  leer. José León Sánchez se dedica a escribir cartas a los compañeros reos, utilizando bolsas de cemento y lápices de madera corta
dos en cuatro pedazos para que no funcionaran como armas, ahí es cuando comienza su obra “La Isla de Los Hombres Solos” como encargo de uno de los cocineros, que le solicita una carta del tamaño de una plana entera, él acepta por la promesa de recibir cincuenta, sin embargo no vende dicha carta, continuando con la narración de la obra Testimonial.

2.      DE LAS PENAS INFAMANTES Y REHABILITACIÓN- REINSERCIÓN A LA SOCIEDAD

De lo señalado en el punto anterior, cabe referirse en primer lugar a las penas y su aplicación denigrante hacia el ser humano; ya que interesa porque el autor en sí mismo sufrió un proceso penal en el que se le desconoció sus garantías y fue sometido a una serie de torturas, que tendría que soportar a lo largo de la pena  impuesta; plasmado en la vida del personaje Jacinto en su obra “La Isla de los hombres solos”; quien fue condenado a una pena indeterminada o “para siempre” por haber cometido un asesinato en contra de su mujer amada e hija[1]. 

La pena en su más sencilla condición para Zaffaroni, indica sufrimiento, pero de un tipo diferente al que se sufre cuando hay un embargo de la casa, se anula un proceso o  por la fuerza se los declara como testigo. La pena al carecer de racionalidad al igual que el sistema penal, que es un mero hecho de poder, no se puede pretender que exista un  discurso  legitimante sobre esta.  Por ende, “pena es todo sufrimiento o privación de algún  bien o derecho que no resulte racionalmente adecuado a alguno de los modelos de solución de conflictos de los restantes ramas del derecho”[2].

Y es que efectivamente, el sufrimiento que produce la pena es inconmesurable, Jacinto comenta como estar al estar recluido vio que lo perdió todo, durante los años que paso en el penal sus  hermanos nunca se acordaron que rejas adentro había un pobre hombre con corazón de pariente que esperaba aunque fuera de año en año un pequeño mensaje conteniendo una palabra buena[3].

Asimismo, en  las palabras de Francesco Carnelutti, la pena en la sociedad no sirve solamente para la redención del culpable sino también para la admonición de los otros, que podrían ser  tentados delinquir  por eso se los debe asustar; y es cuando, se deriva una contradicción entre la función represiva y preventiva de la pena, ya que lo que la pena deber ser para ayudar al culpable no es lo que debe ser para ayudar a los otros[4]. En la obra, las penas indefinidas o para siempre eran símbolo de un castigo correctivo y ejemplificador, para que aquel que vaya a delinquir sepa que le va esperar una serie de torturas en un lugar similar al infierno, atendiendo los relatos que se cuentan[5].

El fin de las penas no es atormentar  y afligir a un ser sensible  ni el de deshacer  un delito ya cometido,  sino  impedir que el reo realice nuevos daños a las personas, produciendo la impresión  de ser eficaz. Para que una pena consiga su efecto  basta que el mal de la pena supere al bien que nace del delito[6].

Confinado Jacinto al Penal de San Lucas ubicado en el Golfo de Nicoya, Costa            Rica, uno de los centros  de detención para los más perversos criminales, en una isla desolada, con un mar lleno de tiburones y olas enormes, de la que seguramente nadie logró escapar.  Si bien en ese país no había pena de muerte, pero en dicho centro de detención se iban muriendo poco a poco por las enfermedades o por el verdugo encargado de dar palos al reo por la más insignificante de las causas. Todos conocían que al cabo San Lucas se enviaba a los hombres más malos,  era a tal punto que ese nombre se lo asociaba con lo más bajo, lo más fiero y torpe que la creación humana ha dado[7].  Lo anotado refuerza la idea que la pena  es la medida en que se alerta a la ciudadanía que si delinque será castigado, y que  existen lugares de detención a la que realmente el ser humano mirará con desprecio a quien se encuentre ahí.

Jacinto fue sometido por  muchos años a la única ley que creían que era capaz de reformar al hombre malo, la fuerza del castigo, llevando una cadena a sus pies, trabajo forzado, maltrato físico, perdió su pierna en un accidente que casi lo lleva a perder su vida,  perdió a sus amigos en sus intentos de fuga, vio morir a un gran número de internos por enfermedades, condiciones insalubres y  los golpes de los guardias.

Desde las penas infamantes, como la argolla y la marca, hasta las diversas penas corporales y capitales como las mutilaciones, los azotes y los suplicios[8], para Ferrajoli consisten por lo demás en aflicciones no taxativamente predeterminables por la ley, desiguales según la sensibilidad de quien las padece y de la brutalidad del que las inflige y no graduables según la gravedad del delito porque ningún dolor o suplicio físico es en efecto igual a otro, y tampoco cabe preestablecer, medir y menos aún delimitar la aflictividad de ninguno[9].

Todas aquellas penas que son inhumanas y degradan al ser humano, son refutadas por que encuentran su sustento  en  el principio moral del respeto a la persona humana, enunciado por Beccaria y por Kant[10] con la máxima de que cada hombre no debe ser tratado nunca como una cosa, sino siempre como fin o persona[11]. Por lo cual más allá de cualquier premisa utilitaria el valor de la persona humana impone una limitación fundamental a la calidad y a la cantidad de la pena,  rechazando la pena de muerte,  penas corporales, penas infamantes; siendo que el estado que llegare a permitir estas torturas y penas infamantes no solo pierde su legitimidad sino que se  ubica en el nivel de los mismos delincuentes[12].

Es que dentro del presidio los pensamientos son como el corazón; al igual que la forma de soñar, de reír, se van atrofiando poco a poco. Se pierde el sentido de lo bueno de tanto ver solamente corrupción al norte, al lado acá de la mano, frente a nuestros ojos. (…) Cuando son detalles que engendran alguna idea de las que antes teníamos una gran canastada de fe en el alma: la familia, el honor, el deber, la ley, la justicia, los jueces, van poco a poco adquiriendo tonalidades de franca rebeldía hasta que terminamos despreciándolas. (…)La vulgaridad nos ha impregnado la vida poco a poco hasta que el medio —un monstruo lleno de vicio— termina por hacer un trono en nosotros mismos; es cuando ya se ha bajado a una condición peor que la de ser un delincuente: la condición de presidiario. El delincuente es el hombre que viola una ley. El presidiario es el hombre que jamás llegará a pensar en la ley. No tendrá ya que pensar en violarla: sencillamente para él es una palabra que como todo lo humano, digno y noble, ha dejado de existir.

Es que la dureza de las penas lleva a que el ser humano pierda esa calidad, se sienta marginado y termine despreciando a la sociedad por todo lo que tienen que vivir, mirar y soportar. Beccaria hace referencia a la suavidad de las penas y sostiene que la pena debe ser proporcional al delito y debe desterrarse de ella, cualquier rastro de atrocidad, ya que de lo contrario, este hecho representa en primer lugar para el posible infractor, un estimulante que lo invita a desafiarla, obviamente con miras a jamás tener que probar su eficacia y en segundo una especie de escuela del delito, donde el legislador guía al delincuente, mostrándole todas las puertas que existen para violentar el estado de derecho. "Uno de los mayores frenos de los delitos, no es la crueldad de las penas, sino su infalibilidad y, por consiguiente la vigilancia de los magistrados y la severidad del juez inexorable, la cual, para que sea una provechosa virtud, deben ir acompañada de una legislación suave”[13].

Vi cómo en el presidio los hombres se convertían en «cosas» y a veces en algo bastante extraño como le pasó a Torio. Hombres muy hombres se volvían mujeres; inocentes en criminales; tontos en avispados; inteligentes en locos; locos en cabos de vara; criminales de negro corazón en hombres de respeto frente a los que había que bajar la voz por estar investidos de autoridad. Hombres a los que se pide consejo siendo malos hasta con ellos mismos y se les da cuenta de todo cuando son allegados al coronel  (…) Convertía a seres humanos en barro, en polvo, en piedra, en basura, en cosas que son mucho más bajas que la basura[14].

Los centros de detención en los que se cumple la pena,  de acuerdo a lo narrado por  Jacinto, verdaderamente se convierte en una escuela donde se perfeccionan conductas, se cambia hábitos y  la personalidad es  alterable  con cada acontecimiento que se vaya padeciendo.

El sistema penal formal selecciona personas que serán privadas de libertad[15], que conjugado con el lastimoso estado de la mayoría de las cárceles latinoamericanas, que son muy parecidas a los campos de concentración, converge en la producción del proceso de deterioro que el sistema penal produce al procesado, desde el momento mismo de tomar contacto con el mismo. Por lo general, el deterioro se traduce en una patología regresiva, que a la postre le lleva a asumir el rol de desviado conforme al estereotipo correspondiente[16].  

En relación  con lo señalado, analizaré el segundo punto que se anotó en líneas precedentes, este es la rehabilitación y reinserción a la sociedad  de quien ha delinquido;  ya que en la obra estudiada el autor manifiesta que cada día que se vive en un cárcel, y aún más en terribles condiciones, pocas veces el ser humano  es rehabilitado.

Ferrajoli señala que en las doctrinas correccionalistas de la prevención especial  hay una confusión entre derecho y moral o entre derecho y naturaleza que afecta no sólo a la concepción del delito, sino también a la de la pena, que es entendida, en términos moralistas o naturalistas, como instrumento benéfico de rehabilitación del condenado, el distintivo de proyectos autoritarios de moralización individual o de ortopedia social que entran en conflicto con el derecho de la persona a verse inmune de toda práctica coactiva de transformación[17].

De la misma forma, las doctrinas penales que atribuyen al derecho penal funciones de prevención general requieren por el contrario una discusión diferenciada. Con seguridad confunden derecho y moral, inscribiéndose en el inagotable filón del legalismo y del estatalismo éticos, las recientes doctrinas de la prevención general llamada positiva, que atribuyen a  las penas funciones de integración social a través del general reforzamiento de la fidelidad al estado así como de la promoción del conformismo de las conductas: desde las doctrinas que conciben genéricamente el derecho penal como un instrumento insustituible de «orientación moral» y de « educación colectiva» ,  hasta la reciente doctrina de Gunther Jakobs que, inspirándose en las ideas sistémicas de Niklas Luhmann, justifica la pena como factor de cohesión del sistema político-social merced a su capacidad de restaurar la confianza
colectiva, sobresaltada por las transgresiones, en la estabilidad del ordenamiento y por consiguiente de renovar la fidelidad de los ciudadanos hacia las instituciones[18].

Interesa analizar este tipo de prevención positiva porque a lo largo de la obra analizada se analiza la posibilidad de  reinsertarse a la sociedad,  pero que a partir de los castigos y el trato deshumanizado a los internos dificultaba que se lo realice, al contrario creaba en ellos sentimientos de odio hacia el sistema, hacia las autoridades, repudio incluso a su vida mismo.

Considero oportuno ejemplificar, a través de la narración de Jacinto en la obra analizada, como la mejor  manera  de ver que es lo que rehabilita a un reo y que es lo que  degrada su condición. El penal de San Lucas era ya conocido como la universidad del crimen en Costa Rica, aquí la carrera criminal de un hombre se iniciaba así, partiendo de un reformatorio de menores, penitenciaría o cárcel de provincias y al final San Lucas. Bajo el régimen de torturas, penas denigrantes y la poca preocupación de las autoridades por los internos, de cada cien reos que recobraban la libertad, ochenta y cinco regresaban por el mismo delito y a veces peores. Cuando un hombre salía de San Lucas no encontraba trabajo en ninguna parte, ni siquiera cuando iba con buenas intenciones; y al no encontrar amistad, manos buenas que se le extendieran, afrontaba uno de los más graves problemas que un ex presidiario puede encontrar,  no puede adaptarse  al nuevo medio. A los internos que habían salido de San Lucas se los concebía como  enviados del propio infierno.

Con la reforma  penal que se realizó en ese país no bastó, pues la situación de los reos no cambio; bastó únicamente que llegue un personaje como director de San Lucas, Víctor Manuel Obando, que con  el establecimiento de la  colonia penal de cada cien hombres que salen solamente tres vuelven a tener problemas con la justicia.  Se estableció una selección de reclusos por grados de readaptación o posibilidad de la misma y no por delitos cometidos; se permitió que los reos fueran a la playa para conseguir madera y en esa forma se pudieron hacer como cien casas  pequeñas que imitaban tugurios, pero que daba al reo la oportunidad de habitar fuera del penal, en los aledaños cercanos al monte. Y en esa forma el reo de buen comportamiento se liberaba del pabellón infernal donde había olores fétidos y condiciones insalubres. Al reo que se le permitió una de esas casitas, hizo su jardín y se permitió un régimen de visitar periódicas. Se empezó a pagar la suma de un colón por cada día de labor y en esa forma en una quincena los reos recibían sueldo y el trabajo se mejoró. El látigo recibió un punto final. El inhumano calabozo, la tortura física o mental llegó a su fin. Los hombres de la vieja guardia que fueron reconocidos como verdugos salieron y entraron hombres más humanos. Guardias en vez de soldados. Se fundó un Comisariato con un plan de servicio social donde se vendía al reo a precios de costo[19].

Carnelutti nos grafica precisamente cual es el futuro que le espera a un reo que ha cumplido su condena y es reinsertado a la sociedad después de haber transcurrido el tiempo, debería suponerse que todo vuelve a ser como antes, pero no es así, la salida de la cárcel es el principio en vez del final de un calvario; el empleo  en la mayoría de casos queda perdido. Un maestro afectado por una condena no puede volver a trabajar como maestro, un capitán de barco, salido de prisión no vuelve a ejercer su profesión[20].

Bajo lo señalado, la reinserción social de los infractores no es algo que se debe dejar a un lado, únicamente buscar que se castigue un delito, que se cumpla la pena y hasta ahí actúe el sistema penal. La condición humana  en que están inmersos los reos supone el principio de responsabilidad y encuentra su fundamento último en la mismísima dignidad de la persona.  Por tal razón  el ser humano es capaz de encaminar su vida, retomar el rumbo extraviado en el que le han introducido las circunstancias de la vida, de romper con adicciones sin salida aparente, patologías sin cura y hacerse conductor responsable de su propia existencia. De la obra literaria se extrae que es importante que la convicción de que alguien pueda cambiar vaya acompañada de la concurrencia de un facilitador casi imprescindible,  alguien que crea en esa persona se pueda recuperar y tenga la audacia de apostar comprometidamente por ello.

3.       CONCLUSIONES

Respecto  a la temática de la dureza de las penas, tratos infamantes, rehabilitación y reinserción del reo ha sido  muy importante el aporte de la obra literaria para el presente trabajo, porque se ha analizado la vida de un recluso,  Jacinto, narrada a través de la historia de vida del escritor.

Las islas utilizadas como  cárceles  han sido a lo largo de la historia  muy recurridas por los gobiernos, tenemos Alcatraz, San Lucas en Costa Rica, y hasta la actualidad Guantánamo,  donde se han infligido una serie de castigos, torturas, para alertar a la ciudadanía de lo que es ser un enemigo para la sociedad; pero, esto no ha reducido la criminalidad sino se ha convertido en toda una maquinaria encargada de venganza.

Con la obra “La Isla de los hombres solos” se puede demostrar lo que hace el sistema penal a unas personas, como las destruye y margina, y en otros casos puede  resocializar. El escritor costarricense José León Sánchez, ex recluso de la Isla Penal de San Lucas, es un ejemplo de ello,  catalogado como el Monstruo de la Basílica, analfabeto, de escasos recursos, escribió una  obra a partir de toda su vivencia, la misma que se convirtió en best seller.

4.      BIBLLIOGRAFIA

Beccaria, Cesare, De los delitos y las penas, Bogotá,  Temis, 2000, 3ra. ed.
Carnelutti, Francesco, Las miserias del proceso penal, Bogotá, Temis, 2002.
Ferrrajoli, Luigi, Derecho y razón: Teoría del Garantismo penal, Madrid, Ed. Trotta, 1997, 2da. ed.
Sánchez, José León, La Isla de los hombres solos,  México, Editorial Debolsillo, 2007,
Zaffaroni, Eugenio Raúl, En busca de las penas perdidas, Buenos Aires, Ediar, 1998.
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Derechos Humanos y sistemas penales en América Latina”, en Criminología Crítica y Control Social. El Poder Punitivo del Estado, Rosario, Editorial Juris, 1993.




[1] La intención del autor es demostrarnos  parte de sus experiencias en un centro de detención, ser concebido como un monstruo y recibir las más horrendas torturas; y, para ello se sirve del recurso más valioso que es la historia de vida.
[2] Eugenio Raúl Zaffaroni,  En busca de las penas perdidas, Buenos Aires, Ediar, pp. 210-211
[3]  José León Sánchez, La Isla de los hombres solos,  México, Editorial Debolsillo, 2007, p. 187.
[4] Francisco Carnelutti,   Las miserias del proceso penal, Bogotá, Temis, 2002, pp.  85-86.
[5] Si bien para Jacinto en  uno de sus relatos, se reforma el  Código Penal para que nadie estuviera en la cárcel toda una vida,  como una condena para siempre, se fijaba una sentencia de  45 años; que para el ser humano, él que vive dentro de un penal  día a día,  es igual a una pena perpetua.
[6] Cesare Beccaria,  De los delitos y las penas, Bogotá, Temis, 2000, 3ra. ed., pp.  38 - 39
[7] José León Sánchez, La Isla de los hombres solos, p. 42.
[8] Escribe Sánchez: “¡Pero usted no puede imaginar cómo pesan, cómo hieren, cómo se sienten y cómo nos hablan las cadenas! ¡Ay, ay, cómo me dolieron las cadenas! Cuando me la colocaron en la pierna derecha, cercana al tobillo, me hizo sentirme tan triste, pero tan triste...Variada era la clase de cadena y grillos. Una clase se destinaba a los ladrones y se trataba de una lámina de hierro pesada que se remachaba a una argolla, la que iba atada al tobillo y al otro extremo tenía la misma un orificio al que se le pasaba una correa de cabuya o de cuero; entre la argolla y la plancha pendían cinco eslabones y el cuero era para atarse el mismo reo la plancha a la cintura y sujetarla. Al ponernos eso nos desnudaban, colocaba el hombre su pie sobre un yunque y era remachado con un solo golpe de mandarria quedando asegurado el pin que hacía la vez de candado. No existía otra llave que no fuera el cincel, una sierra, para abrir de nuevo esa argolla. Cuando me hicieron eso, cerré los ojos creyendo que el herrero me iba a despedazar la pierna con el mazo, pero luego vi que tenía una pericia que me asombró y siempre da precisamente sobre la cabeza del pin dejando un remache perfecto”. (José León Sánchez, La Isla de los hombres solos, p. 71).
[9] Luigi Ferrajoli, Derecho y razón: Teoría del Garantismo penal, Madrid, Ed. Trotta, 1997, 2da. ed., p.388
[10] Kant se refiere a la aplicación desigual de la pena por ejemplo de la ley del talión; considero oportuno ejemplificar esto con  dos frases anotadas por Sánchez en la obra analizada, que refleja sin duda muchos de los casos de algunos centros de detención en el país y su estratificación social: “Lo que nunca, NUNCA LLEGUE A CONOCER EN EL PRESIDIO, fue a un hombre rico. Seguramente porque los ricos no delinquen..., o si lo hacen, la sociedad no les permite darse cuenta (....)”. “Yo ser inocente. Pero mí ser negrito. Testigos míos negritos todos. Juez ser blanco, periódico ser blanco, radio ser blanca y el mundo entero ser blanco. Mí ser negrito. Y Dios no querer a los negritos”.
[11] Subraya Sánchez: “Es como si Dios no existiera. Como si Dios se haya olvidado de mirarnos y las personas que nos miran nos valoran a lo bestia. El bien no tiene razón de ser y la más descarada de las aberraciones se convierte en un pan cotidiano. Hasta el mismo rezar se va haciendo como una cosa de otro mundo. Aquí, en este mundo penal, a donde Dios no se asoma nunca, todo es de lo más triste del mundo. Y de asomarse Dios no entraría ya que le daría pena ver en lo que suele terminar a veces ese su pedazo de barro que por salir de sus Manos fue divino”. (José León Sánchez, La Isla de los hombres solos, p. 85).
[12] Luigi Ferrajoli, Derecho y razón: Teoría del Garantismo penal, pp. 395-396
[13] Cesare Beccaria,  De los delitos y las penas, pp.  39-40
[14]José León Sánchez, La Isla de los hombres solos, p. 93

[15] Zaffaroni en su artículo Derechos humanos  y sistemas penales en América Latina,  analiza como el sistema penal ejerce todo su poder sobre los sectores carenciados, mediante la total arbitrariedad  sobre los lugares más o menos abiertos de la ciudad, pero también en el sistema penal "formal", pese a la escasísima incidencia numérica del mismo, criminaliza seleccionando a las personas de los sectores carenciados. De este modo, la selección del sistema penal configura una población penal muy atípica, en que el grupo humano que domina decididamente es masculino, joven, proveniente de sectores carenciados, con oficios manuales o no calificados. Jacinto representa claramente el estereotipo definido por el autor, cuando entró a la cárcel de San Lucas tenía diecinueve años,  era campesino y de escasos recursos.
[16] Eugenio Raúl Zaffaroni, “Derechos Humanos y sistemas penales en América Latina”, en Criminología Crítica y Control Social. El Poder Punitivo del Estado, Rosario, Editorial Juris, 1993, p. 67
[17] Luigi Ferrajoli, Derecho y razón: Teoría del Garantismo penal,  p.274
[18] Luigi Ferrajoli, Derecho y razón: Teoría del Garantismo penal, p. 275
[19] José León Sánchez, La Isla de los hombres solos,  pp. 264 - 265
[20] Francisco Carnelutti,   Las miserias del proceso penal, Francisco Carnelutti,  pp. 96-97
   


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