LA ISLA DE LOS HOMBRES SOLOS
análisis de la obra de josé león sánchez
Por María Alejandra Sigcha Orrico
Comienzo con el estudio de la
obra analizada desde el contexto de la
vida del autor, que narra la historia de
sí mismo a través del personaje principal Jacinto, con el objeto de estudiar
dos puntos que interesan al Derecho Penal, tal como es, el establecimiento de penas infamantes, la rehabilitación y consecuentemente la reinserción a la sociedad de
las personas que han contravenido las normas penales establecidas en un estado.
1.
EL
CONTEXTO DE LA VIDA DEL AUTOR
La obra literaria analizada, escrita por
José León Sánchez, no es únicamente una novela que goza de realismo,
sino es un relato de la experiencia vivida por el autor. Su madre, Ester
Sánchez Alvarado, ejercía el oficio de prostituta, si bien nunca llegó a
conocerla con certeza por cuanto lo vendió a un vendedor de sal a temprana edad,
creció en un hospital y un hospicio, fue declarado “incapaz de aprender” y
analfabeto; todo esto, parte de sus problemas que tuvo en la niñez.
Hacia el año de 1950 en Costa
Rica se comete uno de los crímenes más sensacionalistas dentro de la sociedad
conservadora, tal como, el robo a la Basílica de Los Ángeles, Patrona Nacional
y símbolo de la religión católica, en dicho acto se sustrae las joyas de la Virgen de Los
Ángeles, valoradas en varios millones de dólares donde muere su custodio; José
León Sánchez, con veinte años de edad, fue acusado por su suegro quien alego
que el mismo José León le entregó un motín de joyas. Es torturado por las
autoridades para que brinde una declaración acorde con la acusación, se auto
incrimina; es condenado a cadena perpetua en el presidio de La Isla de San
Lucas, en donde pasa sus primeros años como preso en un calabozo bajo las
peores condiciones. Su internamiento dura 30 años, en uno de sus intentos de
fuga, el gobierno ofrece diez mil colones de recompensa al “Monstruo de la
Basílica de Los Ángeles”, así era como se conocía a José León Sánchez. Se lo califica como un delincuente psicópata
macabro de alta peligrosidad.
Una vez que se cierra la cárcel de San Lucas, por
ser considerado un lugar indigno, se
abre la primera Colonia Agrícola Penal de América Latina, a donde fue trasladado; en dicho lugar aprende a
escribir y leer. José León Sánchez se
dedica a escribir cartas a los compañeros reos, utilizando bolsas de cemento y lápices
de madera corta
dos en cuatro pedazos para que no
funcionaran como armas, ahí es cuando comienza su obra “La Isla de Los Hombres
Solos” como encargo de uno de los cocineros, que le solicita una carta del
tamaño de una plana entera, él acepta por la promesa de recibir cincuenta, sin
embargo no vende dicha carta, continuando con la narración de la obra
Testimonial.
2.
DE
LAS PENAS INFAMANTES Y REHABILITACIÓN- REINSERCIÓN A LA SOCIEDAD
De lo señalado en el punto
anterior, cabe referirse en primer lugar a las penas y su aplicación denigrante
hacia el ser humano; ya que interesa porque el autor en sí mismo sufrió un
proceso penal en el que se le desconoció sus garantías y fue sometido a una
serie de torturas, que tendría que soportar a lo largo de la pena impuesta; plasmado en la vida del personaje
Jacinto en su obra “La Isla de los hombres solos”; quien fue condenado a una
pena indeterminada o “para siempre” por haber cometido un asesinato en contra
de su mujer amada e hija[1].
La pena en su más sencilla
condición para Zaffaroni, indica sufrimiento, pero de un tipo diferente al que
se sufre cuando hay un embargo de la casa, se anula un proceso o por la fuerza se los declara como testigo. La
pena al carecer de racionalidad al igual que el sistema penal, que es un mero
hecho de poder, no se puede pretender que exista un discurso legitimante sobre esta. Por ende, “pena es todo sufrimiento o
privación de algún bien o derecho que no
resulte racionalmente adecuado a alguno de los modelos de solución de
conflictos de los restantes ramas del derecho”[2].
Y es que efectivamente, el
sufrimiento que produce la pena es inconmesurable, Jacinto comenta como estar
al estar recluido vio que lo perdió todo, durante los años que paso en el penal
sus hermanos nunca se acordaron que
rejas adentro había un pobre hombre con corazón de pariente que esperaba aunque
fuera de año en año un pequeño mensaje conteniendo una palabra buena[3].
Asimismo, en las palabras de Francesco Carnelutti, la pena
en la sociedad no sirve solamente para la redención del culpable sino también
para la admonición de los otros, que podrían ser tentados delinquir por eso se los debe asustar; y es cuando, se
deriva una contradicción entre la función represiva y preventiva de la pena, ya
que lo que la pena deber ser para ayudar al culpable no es lo que debe ser para
ayudar a los otros[4]. En
la obra, las penas indefinidas o para siempre eran símbolo de un castigo correctivo
y ejemplificador, para que aquel que vaya a delinquir sepa que le va esperar
una serie de torturas en un lugar similar al infierno, atendiendo los relatos
que se cuentan[5].
El fin de las penas no es
atormentar y afligir a un ser
sensible ni el de deshacer un delito ya cometido, sino impedir que el reo realice nuevos daños a las
personas, produciendo la impresión de
ser eficaz. Para que una pena consiga su efecto
basta que el mal de la pena supere al bien que nace del delito[6].
Confinado Jacinto
al Penal de San Lucas ubicado en el Golfo de Nicoya, Costa Rica, uno de los centros de detención para los más perversos
criminales, en una isla desolada, con un mar lleno de tiburones y olas enormes,
de la que seguramente nadie logró escapar. Si bien en ese país no había pena de muerte,
pero en dicho centro de detención se iban muriendo poco a poco por las enfermedades
o por el verdugo encargado de dar palos al reo por la más insignificante de las
causas. Todos conocían que al cabo San Lucas se enviaba a los hombres más
malos, era a tal punto que ese nombre se
lo asociaba con lo más bajo, lo más fiero y torpe que la creación humana ha
dado[7].
Lo anotado refuerza la idea que la
pena es la medida en que se alerta a la
ciudadanía que si delinque será castigado, y que existen lugares de detención a la que
realmente el ser humano mirará con desprecio a quien se encuentre ahí.
Jacinto fue sometido por muchos años a la única ley que creían que era
capaz de reformar al hombre malo, la fuerza del castigo, llevando una cadena a
sus pies, trabajo forzado, maltrato físico, perdió su pierna en un accidente
que casi lo lleva a perder su vida,
perdió a sus amigos en sus intentos de fuga, vio morir a un gran número
de internos por enfermedades, condiciones insalubres y los golpes de los guardias.
Desde las penas infamantes, como
la argolla y la marca, hasta las diversas penas corporales y capitales como las
mutilaciones, los azotes y los suplicios[8],
para Ferrajoli consisten por lo demás en aflicciones no taxativamente predeterminables
por la ley, desiguales según la sensibilidad de quien las padece y de la brutalidad
del que las inflige y no graduables según la gravedad del delito porque ningún
dolor o suplicio físico es en efecto igual a otro, y tampoco cabe
preestablecer, medir y menos aún delimitar la aflictividad de ninguno[9].
Todas aquellas penas que son
inhumanas y degradan al ser humano, son refutadas por que encuentran su
sustento en el principio moral del respeto a la persona
humana, enunciado por Beccaria y por Kant[10]
con la máxima de que cada hombre no debe ser tratado nunca como una cosa, sino
siempre como fin o persona[11].
Por lo cual más allá de cualquier premisa utilitaria el valor de la persona
humana impone una limitación fundamental a la calidad y a la cantidad de la
pena, rechazando la pena de muerte, penas corporales, penas infamantes; siendo que
el estado que llegare a permitir estas torturas y penas infamantes no solo
pierde su legitimidad sino que se ubica
en el nivel de los mismos delincuentes[12].
Es que
dentro del presidio los pensamientos son como el corazón; al igual que la forma
de soñar, de reír, se van atrofiando poco a poco. Se pierde el sentido de lo
bueno de tanto ver solamente corrupción al norte, al lado acá de la mano,
frente a nuestros ojos. (…) Cuando son detalles que engendran alguna idea de
las que antes teníamos una gran canastada de fe en el alma: la familia, el
honor, el deber, la ley, la justicia, los jueces, van poco a poco adquiriendo
tonalidades de franca rebeldía hasta que terminamos despreciándolas. (…)La
vulgaridad nos ha impregnado la vida poco a poco hasta que el medio —un
monstruo lleno de vicio— termina por hacer un trono en nosotros mismos; es
cuando ya se ha bajado a una condición peor que la de ser un delincuente: la
condición de presidiario. El delincuente es el hombre que viola una ley. El
presidiario es el hombre que jamás llegará a pensar en la ley. No tendrá ya que
pensar en violarla: sencillamente para él es una palabra que como todo lo
humano, digno y noble, ha dejado de existir.
Es que la dureza de las penas
lleva a que el ser humano pierda esa calidad, se sienta marginado y termine
despreciando a la sociedad por todo lo que tienen que vivir, mirar y soportar.
Beccaria hace referencia a la suavidad de las penas y sostiene que la pena debe
ser proporcional al delito y debe desterrarse de ella, cualquier rastro de
atrocidad, ya que de lo contrario, este hecho representa en primer lugar para
el posible infractor, un estimulante que lo invita a desafiarla, obviamente con
miras a jamás tener que probar su eficacia y en segundo una especie de escuela
del delito, donde el legislador guía al delincuente, mostrándole todas las
puertas que existen para violentar el estado de derecho. "Uno de los
mayores frenos de los delitos, no es la crueldad de las penas, sino su
infalibilidad y, por consiguiente la vigilancia de los magistrados y la
severidad del juez inexorable, la cual, para que sea una provechosa virtud,
deben ir acompañada de una legislación suave”[13].
Vi cómo en
el presidio los hombres se convertían en «cosas» y a veces en algo bastante
extraño como le pasó a Torio. Hombres muy hombres se volvían mujeres; inocentes
en criminales; tontos en avispados; inteligentes en locos; locos en cabos de
vara; criminales de negro corazón en hombres de respeto frente a los que había
que bajar la voz por estar investidos de autoridad. Hombres a los que se pide
consejo siendo malos hasta con ellos mismos y se les da cuenta de todo cuando
son allegados al coronel (…) Convertía a
seres humanos en barro, en polvo, en piedra, en basura, en cosas que son mucho
más bajas que la basura[14].
Los centros de detención en los
que se cumple la pena, de acuerdo a lo
narrado por Jacinto, verdaderamente se
convierte en una escuela donde se perfeccionan conductas, se cambia hábitos
y la personalidad es alterable
con cada acontecimiento que se vaya padeciendo.
El sistema penal formal
selecciona personas que serán privadas de libertad[15],
que conjugado con el lastimoso estado de la mayoría de las cárceles latinoamericanas,
que son muy parecidas a los campos de concentración, converge en la producción
del proceso de deterioro que el sistema penal produce al procesado, desde el
momento mismo de tomar contacto con el mismo. Por lo general, el deterioro se
traduce en una patología regresiva, que a la postre le lleva a asumir el rol de
desviado conforme al estereotipo correspondiente[16].
En relación con lo señalado, analizaré el segundo punto
que se anotó en líneas precedentes, este es la rehabilitación y reinserción a
la sociedad de quien ha delinquido; ya que en la obra estudiada el autor
manifiesta que cada día que se vive en un cárcel, y aún más en terribles
condiciones, pocas veces el ser humano
es rehabilitado.
Ferrajoli señala que en las
doctrinas correccionalistas de la prevención especial hay una confusión entre derecho y moral o
entre derecho y naturaleza que afecta no sólo a la concepción del delito, sino
también a la de la pena, que es entendida, en términos moralistas o naturalistas,
como instrumento benéfico de rehabilitación del condenado, el distintivo de
proyectos autoritarios de moralización individual o de ortopedia social que
entran en conflicto con el derecho de la persona a verse inmune de toda
práctica coactiva de transformación[17].
De la misma
forma, las doctrinas penales que atribuyen al derecho penal funciones de prevención
general requieren por el contrario una discusión diferenciada. Con seguridad
confunden derecho y moral, inscribiéndose en el inagotable filón del legalismo
y del estatalismo éticos, las recientes doctrinas de la prevención general
llamada positiva, que atribuyen a las
penas funciones de integración social a través del general reforzamiento de la
fidelidad al estado así como de la promoción del conformismo de las conductas:
desde las doctrinas que conciben genéricamente el derecho penal como un
instrumento insustituible de «orientación moral» y de « educación colectiva» , hasta la reciente doctrina de Gunther Jakobs
que, inspirándose en las ideas sistémicas de Niklas Luhmann, justifica la pena
como factor de cohesión del sistema político-social merced a su capacidad de
restaurar la confianza
colectiva,
sobresaltada por las transgresiones, en la estabilidad del ordenamiento y por
consiguiente de renovar la fidelidad de los ciudadanos hacia las instituciones[18].
Interesa analizar este tipo de
prevención positiva porque a lo largo de la obra analizada se analiza la
posibilidad de reinsertarse a la
sociedad, pero que a partir de los
castigos y el trato deshumanizado a los internos dificultaba que se lo realice,
al contrario creaba en ellos sentimientos de odio hacia el sistema, hacia las
autoridades, repudio incluso a su vida mismo.
Considero oportuno ejemplificar,
a través de la narración de Jacinto en la obra analizada, como la mejor manera
de ver que es lo que rehabilita a un reo y que es lo que degrada su condición. El penal de San Lucas
era ya conocido como la universidad del crimen en Costa Rica, aquí la carrera
criminal de un hombre se iniciaba así, partiendo de un reformatorio de menores,
penitenciaría o cárcel de provincias y al final San Lucas. Bajo el régimen de
torturas, penas denigrantes y la poca preocupación de las autoridades por los
internos, de cada cien reos que recobraban la libertad, ochenta y cinco
regresaban por el mismo delito y a veces peores. Cuando un hombre salía de San
Lucas no encontraba trabajo en ninguna parte, ni siquiera cuando iba con buenas
intenciones; y al no encontrar amistad, manos buenas que se le extendieran,
afrontaba uno de los más graves problemas que un ex presidiario puede
encontrar, no puede adaptarse al nuevo medio. A los internos que habían
salido de San Lucas se los concebía como
enviados del propio infierno.
Con la reforma penal que se realizó en ese país no bastó,
pues la situación de los reos no cambio; bastó únicamente que llegue un
personaje como director de San Lucas, Víctor Manuel Obando, que con el establecimiento de la colonia penal de cada cien hombres que salen
solamente tres vuelven a tener problemas con la justicia. Se estableció una selección de reclusos por
grados de readaptación o posibilidad de la misma y no por delitos cometidos; se
permitió que los reos fueran a la playa para conseguir madera y en esa forma se
pudieron hacer como cien casas pequeñas que
imitaban tugurios, pero que daba al reo la oportunidad de habitar fuera del
penal, en los aledaños cercanos al monte. Y en esa forma el reo de buen
comportamiento se liberaba del pabellón infernal donde había olores fétidos y
condiciones insalubres. Al reo que se le permitió una de esas casitas, hizo su jardín
y se permitió un régimen de visitar periódicas. Se empezó a pagar la suma de un
colón por cada día de labor y en esa forma en una quincena los reos recibían
sueldo y el trabajo se mejoró. El látigo recibió un punto final. El inhumano
calabozo, la tortura física o mental llegó a su fin. Los hombres de la vieja
guardia que fueron reconocidos como verdugos salieron y entraron hombres más
humanos. Guardias en vez de soldados. Se fundó un Comisariato con un plan de
servicio social donde se vendía al reo a precios de costo[19].
Carnelutti nos grafica
precisamente cual es el futuro que le espera a un reo que ha cumplido su
condena y es reinsertado a la sociedad después de haber transcurrido el tiempo,
debería suponerse que todo vuelve a ser como antes, pero no es así, la salida
de la cárcel es el principio en vez del final de un calvario; el empleo en la mayoría de casos queda perdido. Un maestro
afectado por una condena no puede volver a trabajar como maestro, un capitán de
barco, salido de prisión no vuelve a ejercer su profesión[20].
Bajo lo señalado, la reinserción
social de los infractores no es algo que se debe dejar a un lado, únicamente
buscar que se castigue un delito, que se cumpla la pena y hasta ahí actúe el
sistema penal. La condición humana en
que están inmersos los reos supone el principio de responsabilidad y encuentra su
fundamento último en la mismísima dignidad de la persona. Por tal razón
el ser humano es capaz de encaminar su vida, retomar el rumbo extraviado
en el que le han introducido las circunstancias de la vida, de romper con adicciones
sin salida aparente, patologías sin cura y hacerse conductor responsable de su
propia existencia. De la obra literaria se extrae que es importante que la
convicción de que alguien pueda cambiar vaya acompañada de la concurrencia de un
facilitador casi imprescindible, alguien
que crea en esa persona se pueda recuperar y tenga la audacia de apostar
comprometidamente por ello.
3.
CONCLUSIONES
Respecto a la temática de la dureza de las penas,
tratos infamantes, rehabilitación y reinserción del reo ha sido muy importante el aporte de la obra literaria
para el presente trabajo, porque se ha analizado la vida de un recluso, Jacinto, narrada a través de la historia de
vida del escritor.
Las islas utilizadas como cárceles
han sido a lo largo de la historia
muy recurridas por los gobiernos, tenemos Alcatraz, San Lucas en Costa
Rica, y hasta la actualidad Guantánamo, donde se han infligido una serie de castigos,
torturas, para alertar a la ciudadanía de lo que es ser un enemigo para la
sociedad; pero, esto no ha reducido la criminalidad sino se ha convertido en
toda una maquinaria encargada de venganza.
Con la obra “La Isla de los
hombres solos” se puede demostrar lo que hace el sistema penal a unas personas,
como las destruye y margina, y en otros casos puede resocializar. El escritor costarricense José
León Sánchez, ex recluso de la Isla Penal de San Lucas, es un ejemplo de
ello, catalogado como el Monstruo de la
Basílica, analfabeto, de escasos recursos, escribió una obra a partir de toda su vivencia, la misma
que se convirtió en best seller.
4. BIBLLIOGRAFIA
Beccaria,
Cesare, De los delitos y las penas,
Bogotá, Temis, 2000, 3ra. ed.
Carnelutti,
Francesco, Las miserias del proceso penal,
Bogotá, Temis, 2002.
Ferrrajoli,
Luigi, Derecho y razón: Teoría del
Garantismo penal, Madrid, Ed. Trotta, 1997, 2da. ed.
Sánchez, José
León, La Isla de los hombres solos, México, Editorial Debolsillo, 2007,
Zaffaroni,
Eugenio Raúl, En busca de las penas
perdidas, Buenos Aires, Ediar, 1998.
Zaffaroni, Eugenio Raúl, “Derechos Humanos y sistemas penales en
América Latina”, en Criminología Crítica
y Control Social. El Poder Punitivo del Estado, Rosario, Editorial Juris,
1993.
[1] La intención del autor es demostrarnos parte de sus experiencias en un centro de
detención, ser concebido como un monstruo y recibir las más horrendas torturas;
y, para ello se sirve del recurso más valioso que es la historia de vida.
[5] Si bien para Jacinto en
uno de sus relatos, se reforma el
Código Penal para que nadie estuviera en la cárcel toda una vida, como una condena para siempre, se fijaba una
sentencia de 45 años; que para el ser
humano, él que vive dentro de un penal
día a día, es igual a una pena
perpetua.
[6] Cesare Beccaria, De los
delitos y las penas, Bogotá, Temis, 2000, 3ra. ed., pp. 38 - 39
[8] Escribe Sánchez: “¡Pero usted no puede imaginar cómo pesan,
cómo hieren, cómo se sienten y cómo nos hablan las cadenas! ¡Ay, ay, cómo me
dolieron las cadenas! Cuando me la colocaron en la pierna derecha, cercana al
tobillo, me hizo sentirme tan triste, pero tan triste...Variada era la clase de
cadena y grillos. Una clase se destinaba a los ladrones y se trataba de una
lámina de hierro pesada que se remachaba a una argolla, la que iba atada al
tobillo y al otro extremo tenía la misma un orificio al que se le pasaba una
correa de cabuya o de cuero; entre la argolla y la plancha pendían cinco
eslabones y el cuero era para atarse el mismo reo la plancha a la cintura y
sujetarla. Al ponernos eso nos desnudaban, colocaba el hombre su pie sobre un yunque
y era remachado con un solo golpe de mandarria quedando asegurado el pin que
hacía la vez de candado. No existía otra llave que no fuera el cincel, una
sierra, para abrir de nuevo esa argolla. Cuando me hicieron eso, cerré los ojos
creyendo que el herrero me iba a despedazar la pierna con el mazo, pero luego
vi que tenía una pericia que me asombró y siempre da precisamente sobre la
cabeza del pin dejando un remache perfecto”. (José León Sánchez, La Isla de los hombres solos, p. 71).
[9] Luigi Ferrajoli, Derecho y razón: Teoría del Garantismo penal, Madrid, Ed. Trotta, 1997,
2da. ed., p.388
[10] Kant se refiere a la aplicación desigual de la pena por
ejemplo de la ley del talión; considero oportuno ejemplificar esto con dos frases anotadas por Sánchez en la obra
analizada, que refleja sin duda muchos de los casos de algunos centros de
detención en el país y su estratificación social: “Lo que nunca, NUNCA LLEGUE A
CONOCER EN EL PRESIDIO, fue a un hombre rico. Seguramente porque los ricos no
delinquen..., o si lo hacen, la sociedad no les permite darse cuenta (....)”. “Yo
ser inocente. Pero mí ser negrito. Testigos míos negritos todos. Juez ser
blanco, periódico ser blanco, radio ser blanca y el mundo entero ser blanco. Mí
ser negrito. Y Dios no querer a los negritos”.
[11] Subraya Sánchez: “Es como si Dios no existiera. Como
si Dios se haya olvidado de mirarnos y las personas que nos miran nos valoran a
lo bestia. El bien no tiene razón de ser y la más descarada de las aberraciones
se convierte en un pan cotidiano. Hasta el mismo rezar se va haciendo como una
cosa de otro mundo. Aquí, en este mundo penal, a donde Dios no se asoma nunca,
todo es de lo más triste del mundo. Y de asomarse Dios no entraría ya que le
daría pena ver en lo que suele terminar a veces ese su pedazo de barro que por
salir de sus Manos fue divino”. (José León Sánchez, La Isla de los
hombres solos, p. 85).
[13] Cesare Beccaria,
De los delitos y las penas,
pp. 39-40
[15] Zaffaroni en su artículo Derechos humanos y sistemas penales en América Latina, analiza como el sistema penal ejerce todo su
poder sobre los sectores carenciados, mediante la total arbitrariedad sobre los lugares más o menos abiertos de la
ciudad, pero también en el sistema penal "formal", pese a la
escasísima incidencia numérica del mismo, criminaliza seleccionando a las
personas de los sectores carenciados. De este modo, la selección del sistema
penal configura una población penal muy atípica, en que el grupo humano que
domina decididamente es masculino, joven, proveniente de sectores carenciados,
con oficios manuales o no calificados. Jacinto representa claramente el
estereotipo definido por el autor, cuando entró a la cárcel de San Lucas tenía
diecinueve años, era campesino y de
escasos recursos.
[16] Eugenio Raúl Zaffaroni, “Derechos Humanos y sistemas
penales en América Latina”, en Criminología
Crítica y Control Social. El Poder Punitivo del Estado, Rosario, Editorial
Juris, 1993, p. 67
[1] La intención del autor es demostrarnos parte de sus experiencias en un centro de
detención, ser concebido como un monstruo y recibir las más horrendas torturas;
y, para ello se sirve del recurso más valioso que es la historia de vida.
[5] Si bien para Jacinto en
uno de sus relatos, se reforma el
Código Penal para que nadie estuviera en la cárcel toda una vida, como una condena para siempre, se fijaba una
sentencia de 45 años; que para el ser
humano, él que vive dentro de un penal
día a día, es igual a una pena
perpetua.
[6] Cesare Beccaria, De los
delitos y las penas, Bogotá, Temis, 2000, 3ra. ed., pp. 38 - 39
[8] Escribe Sánchez: “¡Pero usted no puede imaginar cómo pesan,
cómo hieren, cómo se sienten y cómo nos hablan las cadenas! ¡Ay, ay, cómo me
dolieron las cadenas! Cuando me la colocaron en la pierna derecha, cercana al
tobillo, me hizo sentirme tan triste, pero tan triste...Variada era la clase de
cadena y grillos. Una clase se destinaba a los ladrones y se trataba de una
lámina de hierro pesada que se remachaba a una argolla, la que iba atada al
tobillo y al otro extremo tenía la misma un orificio al que se le pasaba una
correa de cabuya o de cuero; entre la argolla y la plancha pendían cinco
eslabones y el cuero era para atarse el mismo reo la plancha a la cintura y
sujetarla. Al ponernos eso nos desnudaban, colocaba el hombre su pie sobre un yunque
y era remachado con un solo golpe de mandarria quedando asegurado el pin que
hacía la vez de candado. No existía otra llave que no fuera el cincel, una
sierra, para abrir de nuevo esa argolla. Cuando me hicieron eso, cerré los ojos
creyendo que el herrero me iba a despedazar la pierna con el mazo, pero luego
vi que tenía una pericia que me asombró y siempre da precisamente sobre la
cabeza del pin dejando un remache perfecto”. (José León Sánchez, La Isla de los hombres solos, p. 71).
[9] Luigi Ferrajoli, Derecho y razón: Teoría del Garantismo penal, Madrid, Ed. Trotta, 1997,
2da. ed., p.388
[10] Kant se refiere a la aplicación desigual de la pena por
ejemplo de la ley del talión; considero oportuno ejemplificar esto con dos frases anotadas por Sánchez en la obra
analizada, que refleja sin duda muchos de los casos de algunos centros de
detención en el país y su estratificación social: “Lo que nunca, NUNCA LLEGUE A
CONOCER EN EL PRESIDIO, fue a un hombre rico. Seguramente porque los ricos no
delinquen..., o si lo hacen, la sociedad no les permite darse cuenta (....)”. “Yo
ser inocente. Pero mí ser negrito. Testigos míos negritos todos. Juez ser
blanco, periódico ser blanco, radio ser blanca y el mundo entero ser blanco. Mí
ser negrito. Y Dios no querer a los negritos”.
[11] Subraya Sánchez: “Es como si Dios no existiera. Como
si Dios se haya olvidado de mirarnos y las personas que nos miran nos valoran a
lo bestia. El bien no tiene razón de ser y la más descarada de las aberraciones
se convierte en un pan cotidiano. Hasta el mismo rezar se va haciendo como una
cosa de otro mundo. Aquí, en este mundo penal, a donde Dios no se asoma nunca,
todo es de lo más triste del mundo. Y de asomarse Dios no entraría ya que le
daría pena ver en lo que suele terminar a veces ese su pedazo de barro que por
salir de sus Manos fue divino”. (José León Sánchez, La Isla de los
hombres solos, p. 85).
[13] Cesare Beccaria,
De los delitos y las penas,
pp. 39-40
[15] Zaffaroni en su artículo Derechos humanos y sistemas penales en América Latina, analiza como el sistema penal ejerce todo su
poder sobre los sectores carenciados, mediante la total arbitrariedad sobre los lugares más o menos abiertos de la
ciudad, pero también en el sistema penal "formal", pese a la
escasísima incidencia numérica del mismo, criminaliza seleccionando a las
personas de los sectores carenciados. De este modo, la selección del sistema
penal configura una población penal muy atípica, en que el grupo humano que
domina decididamente es masculino, joven, proveniente de sectores carenciados,
con oficios manuales o no calificados. Jacinto representa claramente el
estereotipo definido por el autor, cuando entró a la cárcel de San Lucas tenía
diecinueve años, era campesino y de
escasos recursos.
[16] Eugenio Raúl Zaffaroni, “Derechos Humanos y sistemas
penales en América Latina”, en Criminología
Crítica y Control Social. El Poder Punitivo del Estado, Rosario, Editorial
Juris, 1993, p. 67
Muy interesante la nota, felicidades
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